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El arte de sanar el trauma

Dra. Carmen Amezcua | Columna Invitada
Elsa llegó temblando, aunque el aire estaba quieto y tibio. Se sentó en el sillón con extremo cuidado, como si cada fibra del asiento pudiera lastimarla.
—No me pasa nada grave —dijo—, pero no puedo dormir, no puedo confiar en nadie, no puedo llorar.
Elsa, de treinta y nueve años, había vivido toda su vida con una carga invisible: un trauma complejo no reconocido. Ningún diagnóstico claro, ninguna pastilla le había funcionado del todo, y sin embargo, su cuerpo contaba la historia a gritos: insomnio, hipervigilancia, ataques de pánico, desconexión emocional. Había pasado por cuatro terapeutas; todos quisieron “analizar” su historia, pero ninguno logró contener la herida.
Tratar a Elsa me enseñó que sanar el trauma es más arte que ciencia. Un arte que requiere mucho más que teoría: exige presencia, apertura, comprensión y, sobre todo, un nuevo lenguaje. El lenguaje de la memoria no verbal, de la compasión auténtica, del cuerpo que también necesita hablar.
El trauma vive en el cuerpo
Durante décadas, el modelo médico y psicológico tradicional trató al trauma como una “cosa del pasado” que debía analizarse, comprenderse y luego archivarse. Bajo ese paradigma, muchas escuelas de psicología perpetuaron un enfoque centrado exclusivamente en el discurso, el análisis y la comprensión intelectual. Pero el trauma es mucho más que un recuerdo: es una experiencia que se queda atrapada en el cuerpo.
Como afirma Bessel van der Kolk, autor del revolucionario libro El cuerpo lleva la cuenta, los sobrevivientes de trauma viven en un estado de alerta constante, atrapados en patrones relacionales congelados y en una fisiología que no ha logrado volver a la calma. Ningún discurso, por más lúcido, puede modificar por sí solo un sistema nervioso fijado en la supervivencia.
La psicoterapia contemporánea lo sabe. Y sin embargo, nuestras escuelas siguen enseñando teorías psicoanalíticas del siglo XX como si fueran dogmas. Se habla del “complejo de Edipo” y del “yo fortalecido”, pero no se enseña a calmar un ataque de pánico. No se enseña a leer el lenguaje del cuerpo. No se enseña cómo abordar el trauma desde un enfoque verdaderamente reparador.
Un modelo obsoleto
Es momento de decirlo con claridad: gran parte de la psicoterapia tradicional retraumatiza. Le exige al paciente que reviva el dolor sin ofrecer contención, lo mantiene atrapado en ciclos infinitos de análisis sin acción, y olvida algo esencial: no somos solo una mente que piensa. Somos cuerpo, emoción, energía, historia.
Como plantea el médico y terapeuta Gabor Maté, el trauma no es lo que nos pasó, sino lo que ocurrió dentro de nosotros como consecuencia de lo que nos pasó. Y eso —lo que se quebró por dentro— no se cura solo hablando. Se cura integrando mente, cuerpo, vínculo y espiritualidad.
Maté propone que la adicción, la ansiedad, la depresión, e incluso muchas enfermedades físicas, son manifestaciones de traumas no resueltos. Por tanto, el camino de regreso no puede ser únicamente farmacológico ni cognitivo: tiene que ser profundamente humano.
Herramientas modernas, resultados reales
Afortunadamente, hoy contamos con abordajes terapéuticos respaldados por evidencia sólida que ayudan a sanar el trauma desde una perspectiva integradora. Entre ellos:
- EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimiento Ocular), desarrollado por Francine Shapiro, permite desbloquear memorias traumáticas almacenadas de forma disfuncional.
- IFS (Internal Family Systems), creado por Richard Schwartz, entiende al individuo como un sistema de “partes internas” que necesitan ser escuchadas y reintegradas.
- Somatic Experiencing, de Peter Levine, trabaja directamente con la energía que el cuerpo retiene tras una experiencia traumática.
- Terapia asistida por psicodélicos, que ha demostrado en estudios clínicos generar experiencias profundamente transformadoras cuando se aplica en contextos seguros y bajo supervisión profesional.
- Mindfulness, respiración consciente, neurofeedback, arte terapia, danza terapia, constelaciones familiares, y muchas otras prácticas que abordan al ser humano en todas sus dimensiones.
Estas herramientas no son esotéricas ni modas pasajeras. Son enfoques basados en evidencia, cada vez más integrados en centros clínicos de vanguardia alrededor del mundo. Sin embargo, las universidades que forman a nuestros psicólogos y psiquiatras siguen atrapadas en el siglo pasado. Planes de estudio que ignoran el trauma complejo. Profesores que aún desconfían de lo corporal, lo energético, lo emocional. Escuelas que siguen formando profesionales incapaces de reconocer una disociación, un sistema nervioso desregulado o un patrón de defensa primitivo.
¿Dónde están en esas currículas el EMDR, el IFS, las terapias somáticas, la inteligencia artificial aplicada a la salud mental o las neurociencias afectivas? ¿Por qué seguimos formando terapeutas sin alma y médicos sin cuerpo?
Un llamado urgente a transformar el paradigma
No podemos seguir tratando el trauma con herramientas incompletas. El trauma es transversal: afecta al niño abusado, a la mujer violentada, al migrante, al médico quemado por el sistema, al adolescente hiperdigitalizado, al cuerpo racializado. Sanarlo exige un abordaje cultural, tecnológico, compasivo y profundamente integrador.
Este no es solo un llamado clínico. Es un llamado ético, educativo y social. Necesitamos rediseñar desde las raíces nuestros modelos de enseñanza y atención en salud mental. Necesitamos dejar atrás los egos profesionales, los manuales obsoletos y los marcos teóricos que se niegan a mirar el mundo real.
- Terapeuta, comienza a formarte en herramientas somáticas e integradoras.
- Paciente, busca profesionales que trabajen desde una visión de trauma informado, integrador y humano.
- Académico, levanta la voz por una educación actualizada, basada en evidencia moderna.
El cambio verdadero comienza por uno mismo. Observa tu cuerpo. Reconoce tus partes heridas. Honra tu historia sin dejar que te defina. Permítete sanar también sin medicinas. Porque a veces lo que más cura no viene en cápsulas, sino en la capacidad de estar presente, de tocar, de respirar… y de sentirte visto, al fin, con compasión.
Me encantaría conocer tus dudas o experiencias relacionadas con este tema. Sigamos dialogando; puedes escribirme a [email protected] o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua. ¡Hasta la próxima!