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Opinión

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Estados Unidos sin rumbo

Debería ser obvio a estas alturas, que la segunda administración de Trump no tiene políticas, ni siquiera procesos de formulación de políticas. Lo único que importa son los “instintos” de un hombre ignorante y el afán de quienes lo rodean por anteponer sus propios intereses al destino del país.

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BERKELEY – Ocho años después de que el presidente estadounidense Donald Trump abandonó el Acuerdo Transpacífico (TPP por su sigla en inglés) y desarmó unilateralmente a Estados Unidos en la guerra comercial que pronto lanzaría contra China, el secretario del Tesoro de su segundo mandato, Scott Bessent, quiere renegociar el TPP y usarlo para formar un frente unido contra los chinos.

Como explica Chris Anstey (Bloomberg), Bessent tiene un plan maestro para aislar a China; y si esto “suena familiar, es porque… la gran idea comercial de la administración Obama era utilizar el Acuerdo Transpacífico para formar una coalición de naciones de la cuenca del Pacífico que se vincularían cada vez más con Estados Unidos y no orbitarían hacia China”.

El problema es que probablemente sea demasiado tarde para resucitar la estrategia de Obama. El TPP se ha convertido en el Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico, y ninguno de sus miembros considerará a Trump un interlocutor creíble o digno de confianza. Bessent quiere trabajar con “Japón, Corea del Sur, Vietnam y la India”, pero aunque estos países se mostrarán comprensivos, ninguno sería tan tonto como para conceder algo significativo a Trump. México y Canadá ya lo hicieron durante su primer mandato, cuando aceptaron renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y ahora se encuentran entre los primeros elegidos por Trump para sus nuevos actos de hostigamiento.

Además, es evidente que Bessent se equivoca o miente cuando sugiere que expresa la opinión del gobierno. Nadie está autorizado a hablar en nombre de Trump, cuyas decisiones cambian de un momento al otro, en función de sus “instintos” y de lo que esté mostrando su televisor. Trump podría estar instintivamente de acuerdo con una medida propuesta por Bessent, pero si la siguiente persona con la que se cruza le dice que no, Bessent tendrá que salir a explicar por qué no puede cumplir lo que prometió. Así es la vida en la corte del rey loco.

El exsecretario del Tesoro de los Estados Unidos Lawrence H. Summers lo ve de otro modo. “Mi única preocupación si estuviera en el gobierno sería lo que diga el presidente… El presidente tiene derecho a tener asesores que crean en sus políticas… Las personas tienen derecho a seguir su conciencia”.

Pero esto es buscarle lógica a lo que no la tiene. Como bien sabe Summers, aquí no hay políticas en las que creer. Una política incluye objetivos claros, un equipo trabajando, modelización y análisis de los diversos escenarios que pueden surgir durante su implementación. Pero aquí estamos frente a un ignorante rodeado de aduladores que deambula soltando estupideces frente a las cámaras.

No es nada nuevo para Trump, que sigue representando el papel que tenía en El aprendiz. La diferencia es que El aprendiz tenía productores y editores muy capaces que convertían el material desordenado de la filmación en bruto en un producto final convincente y claro. Hoy la Casa Blanca transmite en vivo.

En esto puede resultar instructiva la comparación entre Trump y Ronald Reagan. Reagan tenía una filosofía de gobierno convincente, que reflejaba su enorme confianza en el pueblo estadounidense (en su laboriosidad, generosidad y buena voluntad) y su desconfianza hacia las políticas, programas y burocracias construidas por el Partido Demócrata desde 1933. Reagan (que había sido actor) también tenía una enorme confianza en sí mismo, en su capacidad para memorizar e interpretar el guion y hacer el papel de presidente.

Pero si bien Reagan tenía una filosofía, y sabía que era la estrella, no se creía que era el jefe. Confiaba en la red de profesionales que estaban allí para hacer de él un líder eficaz. Cuando su confianza estuvo justificada (cuando tuvo a su disposición profesionales de alta calidad en los puestos adecuados de la Casa Blanca) los resultados fueron bastante buenos. Cuando no lo estuvo tanto (cuando al coronel Oliver North le permitieron hacer un desastre con la política hacia Medio Oriente en Irán) el resultado fue un escándalo.

La Casa Blanca de Trump no tiene editor, sólo relacionistas públicos. Trump dice algo, y enseguida algún asesor sale a declarar: “¿Lo veis? ¡Este fue siempre el plan!”. Pero los cortesanos ni siquiera coinciden entre ellos mismos. A veces parece que la voz cantante la lleva el asesor económico Peter Navarro; otras veces es Elon Musk; y a veces se detecta la influencia de Bessent, del secretario de Comercio Howard Lutnick, de Stephen Miran (Consejo de Asesores Económicos) o de Kevin Hassett (Consejo Económico Nacional). Pero las facciones están de acuerdo en muy pocas cosas y en definitiva Trump no confía en ninguna de ellas.

¿Qué hay que hacer? Si el Partido Republicano no hubiera convertido la adulación en principio rector, el presidente de la Cámara de Representantes Mike Johnson y el líder de la mayoría en el Senado John Thune pondrían un ultimátum a Trump: que nombre regentes cualificados para que se encarguen de la política exterior e interior y se limite a dar discursos escritos por ellos; de lo contrario, algunos congresistas republicanos se alinearán con los demócratas y tendrá que lidiar con un Congreso liderado por el representante Hakeem Jeffries y el senador Chuck Schumer. Estas son las únicas opciones, porque no confiamos en su “proceso de formulación de políticas”.

Si se lo dicen en serio, Trump cederá. Ya ha cesado de insultar así como así a Canadá, desde que el nuevo primer ministro canadiense Mark Carney le plantó cara. Para regente de política interior yo votaría por Bessent, no porque crea que desempeñará bien el cargo, sino porque tal vez haga menos daño que cualquier otro que esté realmente dispuesto a trabajar para semejante hombre. Pero nada de esto va a suceder. Y por eso Estados Unidos y el mundo están ante un problema grave.

El autor

J. Bradford DeLong, exsecretario adjunto del Tesoro de los Estados Unidos, es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley y autor de Slouching Towards Utopia: An Economic History of the Twentieth Century (Basic Books, 2022).

Traducción: Esteban Flamini

Copyright: Project Syndicate, 1995 - 2025

www.project- syndicate.org

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