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Incomodidad

Opinión El Economista

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Alexia Bautista

En días recientes, el gobierno mexicano confirmó —una vez más— que la política exterior no es su fuerte. El primer acto fue la descalificación del informe preliminar de la Organización de Estados Americanos (OEA) sobre la elección judicial. La presidenta Claudia Sheinbaum sostuvo que la OEA se había extralimitado en sus funciones al advertir que “no recomienda que este modelo de elección de jueces se replique en otros países de la región”.

Pero el informe es, en buena medida, una enumeración puntual y seca de verdades incómodas. Cito textualmente:

  • Participación de aproximadamente 13%1; unos de los niveles más bajos en la región.
  • Se registró un alto porcentaje de votos nulos y no marcados.
  • El proceso se llevó a cabo en un plazo muy breve y en un contexto político caracterizado por una fuerte polarización y un alto nivel de litigiosidad.
  • No existe precedente en el mundo en el que la totalidad de los jueces de un país sea elegida mediante sufragio universal.
  • La Fiscalía Especializada en Delitos Electorales informó a la Misión que recibió denuncias por el reparto de acordeones durante la jornada.

Aquí no hay juicio ni retórica encendida. Sólo hechos. Hechos que todos conocemos, tanto quienes criticamos el proceso como quienes lo avalan. Aun así, desde Palacio Nacional insisten en blindar la credibilidad de una jornada opaca, por decir lo menos.

Que las conclusiones de la OEA incomoden es natural. Que el gobierno las deseche, predecible. Las misiones de observación electoral son, casi por definición, un espejo incómodo para los regímenes que atraviesan un proceso de erosión democrática. Así ocurrió en Nicaragua en 2021, cuando Daniel Ortega desestimó las observaciones de la OEA por considerarlas injerencia.

Un miembro de la OEA con quien conversé recientemente me recordó que “la OEA es lo que los países miembros hacen de ella”. Es cierto: sus resoluciones no obligan y su poder es más bien simbólico. Pero en el mundo contemporáneo, desechar lo simbólico equivale a renunciar a lo que proyectamos como país. México no es, ni será nunca, una isla. Nuestra apertura al mundo implicó aceptar ciertas prácticas y compromisos. Las misiones de observación electoral como la de la OEA sirven para para fortalecer la legitimidad democrática.

El segundo acto de este teatro ocurrió en el Senado, cuando el líder de Morena se burló del senador republicano Eric Schmitt. “Estás viendo y no ves”, le soltó, con tono de plaza pública, en reacción a su propuesta de gravar las remesas. Que la iniciativa republicana sea torpe no exime al líder oficialista de su propia vulgaridad. La falta de oficio, el lenguaje rupestre, la testosterona legislativa: todo ello retrata una clase política más interesada en provocar que en construir.

¿En qué momento creyó que ese desplante ayudaría a la presidenta? En medio de una relación bilateral plagada de frentes abiertos, Sheinbaum llamó a evitar la confrontación. Un mensaje dirigido a casa.

En aras del equilibrio, reconozco un acierto en el tercer acto: el anuncio de la asistencia de la presidenta a la Cumbre del G7 en Canadá. Una decisión correcta que le permitirá reunirse con los principales socios comerciales de México, con todos los riesgos que ello implica.

Leí hace poco que hay dos narrativas sobre Sheinbaum: la mujer que contiene con temple la impulsividad trumpista y la heredera que consolida el poder de su mentor en un régimen cada vez más autoritario. Ambas, creo, conviven en ella. También en política exterior: la mandataria que invoca dogmáticamente la no intervención como escudo ideológico de su proyecto, y la que entiende que hay que sentarse a la mesa con las grandes economías del mundo.

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