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Opinión

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¿El peor lugar del mundo?

Hannia Novell | Columna Invitada

Hannia Novell | Columna Invitada

Hannia Novell

En la Franja de Gaza, ese pedazo de tierra sitiado y bombardeado, los niños no juegan… mueren, huyen, entierran a sus padres y son testigos de la destrucción de su mundo.

En medio de este abismo, organizaciones como Save the Children resisten. No usan armas de fuego. Llevan a los refugios mantas, espacios de juego, clases de árabe y matemáticas.

En esos centros de ayuda humanitaria, bajo carpas maltrechas, las niñas y los niños pueden llorar sin miedo, hablar sin gritar, dormir sin bombas.

Rachel, una trabajadora humanitaria con dos décadas de experiencia, lo dice sin titubeos: "Gaza es el peor lugar del mundo para ser un niño". Y lo es porque ser niño allí es una sentencia: la sentencia del hambre, de la orfandad, de la mutilación, del desamparo emocional.

Desde el 7 de octubre, los datos son una pesadilla aritmética: más de 55 mil muertos, decenas de miles de ellos, niños. Y los que no han muerto están solos, separados de sus familias, muchos acogidos por parientes que luego también fueron asesinados. Una tragedia tras otra.

Cada rincón de Gaza tiene niños con responsabilidades que no deberían cargar sobre su espalda: cuidar hermanos, buscar agua, hacer fila para una comida que quizás no llegará.

Save the Children hace lo que puede. Brinda espacios de protección infantil, apoyo psicosocial, atención médica y emocional. Pero, ¿cómo se atiende la salud mental de un niño que ha visto morir a su madre, que perdió sus piernas en un bombardeo y que se muere de hambre?

En los improvisados centros de aprendizaje, las niñas y los niños hacen fila y esperan impacientes. No quieren un juguete, buscan un poco de rutina para evitar la pesadilla.

Más del 90% de las escuelas han sido bombardeadas o están ocupadas por familias desplazadas. Desde hace 20 meses no hay educación formal. Pero en esas carpas, bajo la sombra agujereada de la guerra, los pequeños se aferran a algo parecido a la esperanza: aprender, convivir, contar hasta diez.

El hambre en Gaza es universal. No hay eufemismos. Las cocinas comunitarias dan una sola comida al día. Los niños hacen fila durante horas por un plato. El número de niños desnutridos crece como crecen las listas de desaparecidos. Las cifras no se imprimen en papel, se graban en cuerpos con costillas marcadas, en ojos sin luz. Gaza entera está al borde de la hambruna.

El refugio, ese derecho mínimo, también es un lujo. No han entrado tiendas ni artículos básicos en más de 100 días nos dice Rachel Cummings, directora del programa humanitario entrevistada en exclusiva. ”Los almacenes están vacíos. Niños y familias duermen bajo el sol, en la calle, expuestos a temperaturas extremas. El equipo de Save the Children ha repartido kits de emergencia, algo de ropa, algo de abrigo. Pero eso no basta. Nada es suficiente”.

La economía es otra forma de tortura: los precios son inalcanzables y no hay efectivo. A pesar de que en abril y mayo se distribuyeron más de 10 millones de dólares en transferencias monetarias, la escasez hace que ese dinero compre casi nada. Porque lo que Gaza necesita no es sólo dinero: necesita un alto al fuego definitivo.

Gaza no solo está siendo bombardeada con misiles. Está siendo dinamitada emocionalmente. Cada niño ha perdido a alguien. Muchos han perdido a todos. Y los equipos de Save the Children siguen ahí. Son médicos, educadores, trabajadores sociales que no han renunciado a la humanidad en el infierno.

Porque mientras los líderes del mundo intercambian discursos vacíos, Gaza grita con la voz de un millón de niños que ya no pueden más, que ya no juegan, que ya no sueñan.

El terrorismo miente, engaña y mata a su propia gente.

Un tierra sin niños, es un planeta sin futuro.

Hannia Novell

Reportera y conductora de @ADN40 corresponsal, escritora Hannia Novell a las 5 Radio 105.3 FM columnista de PoliticoMX, EjeCentral y El Economista.

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