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Voté sabiendo que participaba una farsa electoral

Eduardo Ruiz-Healy | Ruiz-Healy Times
Ayer voté en la elección del nuevo Poder Judicial. Minutos después de las tres de la tarde fui a la casilla que me correspondía y cumplí con ese ritual cívico que en teoría da sentido a la democracia. Digo en teoría porque lo que presencié distó mucho de ser una jornada democrática. Fue más bien una representación sin público, sin actores comprometidos y sin libreto creíble. Una farsa electoral.
La casilla lucía desierta cuando llegué y así seguía cuando me fui. Marqué mis preferencias en 10 distintas boletas llenas de nombres de personas que eran y seguirán siendo desconocidas para la gran mayoría. En el cuaderno donde aparecía mi fotografía junto con las de cientos de ciudadanos más, solo la mía fue sellada. Las otras permanecían intactas, testimonio mudo de la abstención.
Había solo cuatro funcionarios. Uno leía un libro, otra revisaba su celular, los otros dos conversaban. Al preguntarles cómo iba el día, respondieron que la concurrencia había sido mínima. Nada sorpresivo. En las otras cuatro casillas que visité durante el día vi lo mismo: soledad, apatía, silencio.
Y sin embargo, voté sabiendo que las razones para no hacerlo eran más sólidas que las razones idealistas que suelen esgrimirse en defensa del sufragio. El 77% de los ciudadanos no conocía a un solo candidato. Las boletas estaban repletas de aspirantes impuestos por cuotas partidistas. No hubo campañas visibles ni debates. Los candidatos no tuvieron acceso a medios de comunicación. Los votantes no pueden presenciar el conteo de votos. Las boletas sobrantes no fueron inutilizadas. Se distribuyeron “acordeones” para inducir el voto. El INE modificó las reglas más de 100 veces. Todo esto sirvió para maquillar el control político con urnas y simular democracia.
Entonces, ¿por qué voté? Tal vez porque no quise que alguien decidiera por mí. Tal vez porque quería tener elementos para opinar con base en lo vivido, no solo en lo leído o escuchado. Lo cierto es que fui parte de un proceso mal diseñado, poco transparente y sin condiciones mínimas para el voto informado.
Esta elección no transforma nada. Es gatopardismo puro porque cambió las formas para preservar el fondo: un Poder Judicial subordinado. Fue una idea defectuosa desde el origen, promovida por el aldeano que gobernó México entre 2018 y 2024, un hombre obsesionado con el control, incapaz de tolerar contrapesos y convencido de que su voluntad debía prevalecer sobre las instituciones. Durante su mandato, degradó la vida pública con su maniqueísmo constante y su afán de revancha contra todo lo que representara autonomía o profesionalismo.
¿Nos equivocamos quienes participamos? No necesariamente. Pero tampoco tenemos por qué celebrar. Esto no fue una elección, sino una puesta en escena política con escasa legitimidad ciudadana. Aun así, fui. Y lo que vi refuerza la impresión de que el régimen morenista apuesta más por la apariencia que por la sustancia. Y lo hizo, además, gastando cientos de millones de pesos en una simulación que no generará justicia, ni confianza, ni resultados. Solo ruido, papelería y desgaste institucional. Un derroche disfrazado de democracia, mientras los problemas urgentes siguen sin resolverse. El costo no fue solo económico: también lo fue en credibilidad y respeto ciudadano.
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